Con Le Prince empezó todo, Parte I

El 16 de septiembre de 1890, Louis Le Prince se preparaba para reclamar su lugar en la historia. En la estación de Dijon, abordó un tren con destino a París, primer tramo de un viaje que culminaría en Nueva York. Allí lo esperaba no solo su familia, sino la oportunidad de presentar al mundo un invento revolucionario: un aparato capaz de capturar imágenes en movimiento. Sin embargo, Le Prince nunca llegó a su destino. Se desvaneció sin dejar rastro, dejando el camino libre para que otros, como Edison y los hermanos Lumière, fueran aclamados como los padres del séptimo arte. Para entender la magnitud de su trabajo, hay que volver al lugar donde comenzó su aventura como pionero: Nueva York.

Parte I

New York: un nuevo panorama

Cuando a principios de la década de 1880, el artista y emprendedor francés Louis Le Prince (Metz, 1841) se mudó a Nueva York con su esposa, Sarah Elizabeth “Lizzie” Whitley, y sus hijos, dejaba atrás una vida estable en Inglaterra. Vivía en Leeds, donde junto con su pareja había fundado la Technical School of Art y también llevaban un exitoso negocio de producción de objetos de cerámica decorados con impresiones fotográficas.

Los Le Prince comenzarían una nueva vida en Nueva York, donde Louis incursionaría en un ambicioso negocio: introducir y promover el Lincrusta, un novedoso revestimiento mural usado en el diseño de interiores que triunfaba en Europa. Sin embargo, la iniciativa fracasó al cabo de unos años, lo que supuso un duro revés financiero para la familia.

Pese al contratiempo, los Le Prince decidieron continuar viviendo en Nueva York y buscaron alternativas para salir adelante. Lizzie retomó la docencia en el Instituto para la Instrucción de Sordos y Mudos de la ciudad. Louis, por su parte, encontró empleo como gerente en la producción de panoramas, espectáculos visuales muy populares en la época. Este trabajo lo mantuvo al tanto de los últimos desarrollos tecnológicos y estimuló su faceta más creativa y experimental, preparando el terreno para su próximo gran invento.

Fue entonces cuando Le Prince, buscando aumentar el realismo de los panoramas, se planteó una idea innovadora: incorporar imágenes en movimiento. Pero, ¿cómo lograrlo?

Comenzó a investigar los avances de la época y se interesó especialmente por el trabajo del fotógrafo Eadweard Muybridge, cuyas secuencias fotográficas estaban transformando la comprensión científica del movimiento. En su experimento más célebre, Muybridge había capturado las fases del galope de un caballo colocando múltiples cámaras a lo largo de una pista. Al proyectar las imágenes en rápida sucesión, no solo demostró que el animal mantenía las cuatro patas en el aire en un instante del galope, sino que también lograba crear una asombrosa ilusión de movimiento.

Sin embargo, el método de Muybridge, aunque innovador, era aparatoso y limitado. Requería usar múltiples cámaras para registrar apenas unos segundos de acción, algo inviable para el propósito de Le Prince. Él comprendió que, para lograr un efecto similar de forma práctica, necesitaba diseñar un único dispositivo que integrara principios ópticos, mecánicos y químicos, y poseía los conocimientos necesarios para construirlo. Se había formado como artista en París, pero también había estudiado óptica y química en la Universidad de Leipzig (Alemania). Era, además, un apasionado de la fotografía, una técnica que conocía muy bien y que lo había fascinado desde que era un niño, cuando la conoció de la mano de su inventor, Louis Daguerre.

El encuentro con Daguerre

Cuando Le Prince tenía alrededor de nueve años, conoció a Louis Daguerre, una de las figuras más célebres de Francia, no solo por ser el creador del daguerrotipo, la técnica que iniciaría la fotografía, sino también por haber inventado —junto con Charles Marie Bouton— el diorama, una forma de entretenimiento teatral que producía una sorprendente ilusión de realidad y que evolucionó a partir de los panoramas, la actividad a la que Louis se dedicaría de adulto y que inspiraría su invento.

Daguerre era amigo del padre de Louis y, en una visita familiar que le hicieron a su casa en Bry-sur-Marne, el artista e inventor retrató a los Le Prince. Cuando el pequeño Louis se vio plasmado en una placa metálica quedó cautivado por aquel procedimiento que ante sus ojos parecía magia y despertó su curiosidad.​

Aunque Daguerre moriría unos meses después de aquel encuentro, la huella que dejó en el pequeño Louis fue profunda. Seguramente, en esa ocasión —y tal vez en otras antes de que el artista falleciera—, Louis tuvo la oportunidad de ver las maquetas de los dioramas y los bocetos de escenografías teatrales, e incluso es posible que Daguerre le diera alguna instrucción básica sobre la reproducción de imágenes.

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Louis Le Prince creció admirando a Daguerre y, aunque no se dedicó profesionalmente a la fotografía, la aplicó de forma innovadora en sus propios emprendimientos. En el taller de cerámica que fundó con Lizzie, por ejemplo, experimentó con la fijación de imágenes fotográficas sobre esmalte. Esos ensayos le proporcionaron un valioso dominio de los materiales fotosensibles y los procesos químicos que, más tarde, resultaría fundamental para desarrollar su proyecto de registrar imágenes en movimiento.

El primer prototipo: la cámara de dieciséis lentes

Para materializar su idea de añadir movimiento a los panoramas, Le Prince construyó su primer prototipo. Se trataba de una caja de madera con dieciséis lentes en una de sus caras, dispuestos en dos hileras de ocho y controlados por obturadores electromagnéticos. Encima de estos lentes, colocó otros dos que servían para el enfoque.

Con este aparato —al que llamó receiver—, Le Prince buscaba perfeccionar la técnica de Muybridge. Calculó que, para registrar el movimiento de forma fluida, se necesitaban al menos dieciséis imágenes por segundo. Por ello, la cámara contaba con dieciséis objetivos que imprimían las fotografías sobre placas de vidrio sensibilizado, cada uno capturando la acción desde un punto de vista ligeramente distinto.

Junto con el receiver, Le Prince diseñó un deliverer, un dispositivo complementario que reproducía las imágenes. Sin embargo, su procedimiento enfrentaba un problema fundamental: al proyectarlas, las imágenes tendían a “saltar” o “temblar” debido a las leves variaciones de perspectiva entre cada lente.

A pesar de estas limitaciones y consciente de que otros inventores perseguían objetivos similares, Le Prince sabía que su receiver era un logro técnico notable. El 2 de noviembre de 1886 presentó su solicitud de patente ante la Oficina de Patentes estadounidense. La patente le fue concedida el 10 de enero de 1888 bajo el título: Method of and Apparatus for Producing Animated Pictures of Natural Scenery and Life (Método y aparato para producir imágenes animadas de paisajes y vida natural).

El deliverer, nunca llegó a ser patentado y su funcionamiento exacto no está del todo documentado. Sin embargo, el concepto de Le Prince anticipaba los principios del mecanismo que los hermanos Lumière materializarían de forma independiente años después, permitiendo el nacimiento del cine.

Con una patente asegurada, pero con un prototipo aún por perfeccionar, Le Prince comprendió que para dar el salto definitivo con su invención, lo mejor era regresar a Leeds. Allí encontraría los recursos técnicos y financieros que necesitaba para perfeccionarlo.